El Historia, Es Actual

El Pasado se ve reflejado con una mirada crítica en nuestro presente.


Las crónicas han sido desarrolladas en nuestro programa radial QSVT en FM Abril, Rosario.

COLONIZACION, AMOR Y MUERTE


En 1530 Gaboto funda el Fuerte Santi Spiritu sobre la desembocadura del río Carcarañá. Los indios vecinos a esta fortaleza eran los Timbúes, gente mansa, dócil y sensible al dulce placer de la amistad..
Dos años habían pasado después de la partida de Gaboto hacia tierra guaranies, y la fortaleza de Santi-Espíritu conservaba su paz inalterable. Gobernaba este fuerte un hombre de distinguido mérito. El talento, el valor, la rectitud y la prudencia formaban el carácter de Nurio de Lara. Su propia seguridad le dictó cultivar cada vez más la amistad de los Timbués. Por medio de una afabilidad respetuosa ganó sobre ellos un imperio a que no alcanza la fuerza más armada. La buena inteligencia y los oficios de la cordialidad más expresiva apretaban de día en día los nudos de esta útil alianza. Con todo, en el seno de esta amistad, iba naciendo una pasión que había de ser tan funesta, como el odio más sanguinario.
Mangora, cacique de los Timbúes. a pesar de ser un bárbaro, no pudo resistir los tiros inflamados del amor. Había entre los españoles una dama llamada Lucía Miranda, mujer del valeroso Sebastián Hurtado, y esta era la que a los principios de un agasajo, inocentemente abría al bárbaro una herida, que jamás había de curar. No fueron después tan secretas las inquietudes el cacique, que no las advirtiese la Miranda. Aunque en el fervor de su pasión daba Mangora a sus deseos cierta posibilidad que no tenían, no dejaba de advertir que no valdrían remedios ordinarios a un mal casi desesperado. Entre aquel torbellino de deseos llamó a consejo a su hermano Siripo, no con la indiferencia del que duda, sino con el empeño del que busca un compañero de delito Una traición era lo único a que podía apelar, porque un traidor era solo lo que en estos tiempos temía un español de esos lugares.
Sabía Mangora que el capitán Rodríguez Mosquera, con cincuenta de los suyos, entre ellos Hurtado, se hallaba ausente en comisión de buscar víveres para la guarnición extremosamente debilitada. Con toda diligencia puso sobre las armas cuatro mil hombres, y los dejó en emboscada cerca del fuerte, quedando prevenidos de adelantarse al abrigo de la noche. Él entre tanto, seguido de treinta soldados escogidos y cargados de subsistencias, llegó hasta las puertas del baluarte; desde aquí, con expresiones blandas de la simulación más estudiada, ofreció a Lara aquel pequeño presente propio del buen afecto. Los nobles sentimientos del general eran incompatibles con una tímida desconfianza, y por otra parte hubiese creído hacerse responsable a su nación, enajenando con ella un buen aliado. Recibió este donativo con las demostraciones del reconocimiento más ingenuo. La proximidad de la noche y la distancia de su habitación, le daban derecho a Mangora,el esperar para sí y los suyos una hospitalidad proporcionada al mérito contraído. Con suma generosidad les dio acogida bajo unos mismos techos. Cenaron y cansados del festín se retiraron. El sueño oprimió a los españoles y los dejó a discreción. Mangora entonces, comunicadas las señas y contraseñas inició el ataque. La matanza era terrible. Lara con un valor increíble repartía en cada golpe muchas muertes; buscaba diligente con los ojos a Mangora; al punto mismo que lo vió, se abrió paso con su espada por entre una espesa multitud, y aunque con una flecha en el costado, no paró hasta que la hubo enterrado toda entera en su persona. Ambos cayeron muertos; pero Lara con la satisfacción de haber dado su último suspiro sobre el bárbaro que no se deleirtaría de la más vil de las traiciones.
Ninguno español escapó la vida, a excepción de algunos niños y mujeres, entre ellas Lucía Miranda, víctima desgraciada de su propia hermosura. Todos fueron llevados a presencia de Siripo, sucesor del detestable Mangora. Al igual que su hermano muerto, el nuevo cacique en el momento que vio a Lucía cayó cautivado por su belleza y pensó que haría el dulce destino de su vida. Se arrojó a sus pies, y con todas las protestas, de que es capaz un corazón que hervía, le aseguró que era libre, siempre que condescendiese en hacer felices sus días con su mano. Con un aire severo y desdeñoso Lucía rechazó su proposición, y prefirió una esclavitud, que le dejaba entero su decoro.
Al siguiente día de la catástrofe, volvió al fuerte Sebastián Hurtado. Su dolor fue igual a su sorpresa, cuando después de encontrar ruinas en lugar de fortaleza, buscaba a su consorte, y solo tropezaba con los destrozos de la muerte. Luego que supo que Lucía se hallaba entre los Timbués, no dudó un punto entre los extremos de morir, o rescatarla. Precipitadamente se escapó de los suyos, y llegó hasta la presencia de Siripo. Su muerte fue decretada inmediatamente. Consolándose mútuamente, hallaban las recompensas de sus penas, mandó que Lucía fuese arrojada a una hoguera, y que puesto Hurtado a un árbol muriese asaetado. Uno y otro se ejecutó en 1532.
Una ruptura de amistad tan por entero entre Timbúes y Españoles, convirtió en odio implacable la pasada alianza, y no les dejaría a estos, otro partido que el de abandonar el fuerte de Santi Espíritu. La amistad se habia transformado en odio y la conquista española tardará años en volver por las riberas del Paraná.
Mujeres que cambiaron el destino de los pueblos.
Amor y Poder se entrecruzan hoy también en la Argentina, pero como siempre decimos, esa,…. esa es otra Historia.


APA. 23 de Diciembre de 2007

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